1994
ANACONDA
Visitas de un Interior
Galería Nina Menocal. Mexico City
ESCENAS DE UN INTERIOR
Empecemos por el título de esta exposición: se habla de "un", no de "el" interior. La ambigüedad aquí es lúdica. Un interior es de la artista; un interior así es una forma de ver y percibir el mundo; un interior pareciera una vaguedad, pero resulta que es única, singular, irrepetible; es "un" interior de los muchos que existen…pero es el propio, compuesto finalmente, por un universo de percepciones, sensaciones, recuerdos, obsesiones.
¿Por qué seguimos? ¿Por el lugar común de la originalidad de la artista? No, mejor digamos que Ana García Alcocer es audaz, agresiva, hiriente, que su obra no es tan fácil de colgar en la sala, ni siquiera en el estudio. Pero atrae, como si tuviera algo de "maldito" o "pérfido", o quizá la palabra adecuada sea maliciosa.
Siendo una obra donde todo se encuentra en primer plano, se nos viene encima: cada cuadro nos recibe sin preámbulos, sus entrañas son también su superficie, nada en ellos engaña o tiene trampas. Sus metáforas -cada cuadro es una- son descarnadas y a veces incluso, como "Los cuates", con un profundo, deleitante, corrosivo humor negro.
Por sus trazos, por sus formas y contenidos, que nos hacen pensar en Ana como nieta malcriada de Dalí y Leger, la sabemos arrebatadamente figurativa, metafórica, que huye de las abstracciones y es imantada por el surrealismo. Ana nos divierte, nos provoca y nos inquieta. En todos los cuadros que comprenden esta muestra, por más agresivos que nos parezcan, Ana siempre tiene una especie de "ventana" abierta para el respiro, para la indulgencia… para la compasión: no quiere que la angustia se quede encerrada: la muestra está en "El inframundo". Su cielo, con nubes que revolotean y que, por sus tonos azules, blancos, verdes- no son de aquelarre sino de redención agitada; dos partes de este mundo que lucha por su integración, por su reacomodo.
Toda obra plástica, cuanto más dramática, es más esperanzadora.
Percibimos en los lienzos de Ana, algunas risas socarronas, de espíritus chocarreros que pululan en un ambiente, en "un interior" surrealista, de sueños agitados, quizá también de pesadillas… de esas de las que nos escapamos despertándonos a tiempo, pero que nos dejan inquietos.
Tendríamos que decir también que a pesar de sus influencias extranjeras -influencias que considero asimiladas, pero a las que se rinde homenaje-, la obra de Ana es mexicana y que no intenta desnacionalizarse para volverse universal, comprensible en todas las lenguas del alma. Con las raíces en la tierra propia (sus soles, sus calaveras, esas capillitas que se repiten y repiten como un recuerdo de niñez, los animales), Ana explaya una visión de niña que va abriendo puertas, descubriendo secretos, levantando lápidas en una pintura a la que no le es ajeno ningún espacio.
Ana García Alcocer está obsesionada con la pintura; disciplinada, incansable, pareciera siempre que "le falta tela", que nada de lo que quiere expresar cabe plenamente en ninguna parte.
Ojalá y la edad no la lleve a la mesura.
Javier González Rubio I.
ANACONDA
Los óleos de Ana García Alcocer habitan un espacio extraño entre la pintura figurativa y la abstracta. En sus pinturas encontramos imágenes que remiten al mundo cotidiano: cuerpos, frutas, extrañas criaturas. Pero estas figuras deben luchar obstinadamente para mantener su forma, para no disolverse en un mar de colores y sensaciones. Las pinturas de Anaconda son casi radiografías del subconsciente: extrañas y arbitrarias figuras se ven desprendidas de su medio ambiente natural, extraídas de la vida cotidiana para incorporarse al pensamiento y al sentimiento de Ana. Las figuras nunca volverán a ser las mismas emergen de esta comunión artística empapadas de significación convertidas en los símbolos de un lenguaje privado y autobiográfico. Así, en esta encrucijada entre expresionismo y surrealismo, las pinturas de Anaconda nos presentan una visión del mundo enteramente subjetiva. Tal vez no debiéramos decir "un mundo" ni "una visión", sino un gran número de mundos construidos a partir de las imágenes rescatadas por la imaginación artística. Así, en la serie "Los cinco sentidos" cada sentido construye un mundo. Olores, sabores, visiones y sonidos representan maneras diferentes de experimentar lo que nos rodea, y cada sentido tiene la capacidad de transformar objetos en sensaciones.
Estas extrañas metamorfosis generan la poesía plástica de Anaconda. Es una poesía que nace de la tensión entre imágenes figurativas y formas abstractas: entre la realidad objetiva, reconocible, y un mundo de sensaciones y experiencias individuales.
Y como toda imagen poética, estos óleos son la ventana que nos permite asomarnos a la mente del artista y compartir su manera de ver el mundo.
Rubén Gallo